SEBASTIÁN CHILLEMI |
ACTO DE AMOR
Doña Inés se
acaricia los cabellos y saca de ellos una golondrina que lanza a libre vuelo
desde su ventana. Desde la fosa vemos aquel acto de amor desplegado en la cima
del torreón y nos invade un sentimiento profundo de admiración por nuestra
señora. Nada nos importa que los arqueros, apostados a unos metros, le den caza
en sus ejercicios de práctica de ataque al enemigo. Sabemos que ellos
desconocen la nobleza de la que están hechos los actos de amor.
UNA DE AMOR
Zenobia Lucero se
recorrió todas las comarcas centrales con su guitarra al hombro. No bien
llegaba a un pueblo, se ubicaba en alguna esquina y comenzaba a extender su
repertorio. En Chirubí fue el encuentro. Un mozo grande, como de dos metros, se
le presentó con un violín y, entre arpegios y arpegios, le arrobó los sentidos.
A Zenobia nunca le parecieron tan alocadas y tan bien dispuestas, como en esa
oportunidad, las siete notas que con mágica alternancia invadían los espacios.
Zenobia se enchirubitó, se enviolonó, se agarró un mocetón de dos metros y se
olvidó de su guitarra. En las playas bajas de la costa dicen que se los ve muy
amarraditos y melodiosos. Él engalana las noches con su violín y ella hace
pajaritas de papel que va lanzando al viento. Las historia de amor son muy
chiquitas, pero profundas.
EL PARAISO PUEDE SER UN INFIERNO
«Dante es un
calentón», se queja tía Beatriz a mamá. Se cree que el paraíso del amor radica
en hacer de cada día un infierno. Los cosas quedan todas revueltas y después
que se marcha al trabajo, siempre me toca a mí ordenar toda la casa.
ESPERANZADO BALANCE
Entre tu fonema y
mi morfema hemos alcanzado una relación exponencial, equinoccial y ergonómica.
Ahora intentaremos una etapa más rústica, más primitiva, como es preparar arroz
con leche o el sentarnos en el banco de una plaza a ver pasar la gente. Ya
verás que estamos en una etapa superadora en la que, muy pronto, se obtendrán
los frutos.
A CUATRO MANOS
El encuentro se
produjo bajo la palpitante emoción del recuerdo de la última cita. Tomamos el
ascensor al tercer piso y entramos en la sala del gran ventanal que muestra al
jacarandá en flor que da sobre las barrancas. Elegimos el sector B por la
intimidad que ofrece para estos menesteres. Te quité el abrigo mientras sentía
el modo en que tu mano tomaba mi paraguas. Decidimos aligerarnos un poco más y
vi como tus ojos de pizpireta (nos gusta esta palabra en desuso: pizpireta)
anticipaban las mirabas de ocasión y comenzamos el juego.
Fui la heurística
que precisabas en ese instante. Fuiste la hermenéutica que habíamos convenido.
Y en el fragor de la batalla, los logros alcanzados y el descuido de los roces
del deseo, vimos, de repente, el desprenderse de una estantería y volar
carpetas hacia el suelo. Nadie respondió al estruendo de papeles. Nos pasamos
la tarde acomodando, a cuatro manos, el material disperso y, sigilosamente,
abandonamos la biblioteca sin despertar sospechas.
*
RICARDO ALBERTO
BUGARÍN
(General Alvear,
Mendoza, Argentina, 1962)
Escritor,
investigador, promotor cultural.
Publicó Bagaje
(poesía, 1981) y en microficciones: Bonsai en compota (Macedonia, Buenos
Aires, 2014), Inés se turba sola (Macedonia, Buenos Aires,2015), Benignas Insanías (Sherezade, Santiago de
Chile, 2016), Ficcionario (La tinta
del silencio, México, 2017) y Anecdotario (Quarks, Perú, 2020).
Textos de su
libro Bonsai en compota han sido traducidos al francés y publicados por la
Universidad de Poitiers (Francia).