MARTI LELIS: «CANICAS»

 


Manuscrito no hallado

 

Dame, pues, la respuesta de la mano que ha perdido el cuerpo. Mírala de noche y día, laboriosa en el tejido de las palabras. Como si no estuviera muerta sino a la espera de la memoria que no vuelve. O se pierde en los vericuetos de la que fue y la que está siendo. Meticulosa traductora de imágenes pasadas que se escapan de sus dedos. Y van a parar, ya transfiguradas, al papel de las mentiras luminosas, letras delante de las letras y blancos, un manuscrito para no se sabrá nunca qué ojos.

 

 

Bienvenida

 

No alcanzan mil poemas para decir lo que una página de prosa. No alcanzan mil páginas de prosa para decir lo que un poema. No basta un libreto para lo sucedido en las tablas. Las tablas jamás dirán lo que un libreto. En las pantallas no verás lo que en los libros, y en los libros, sólo imaginados tendrás los colores, los sonidos. En contra de la poesía no basta con estirar los versos, hay que eliminar la métrica involuntaria y el ritmo, llenar hasta los márgenes de palabras y puntuar las líneas con rigor como la vida. En contra de la prosa, amén de la cacofonía, abusar de la retórica, contar sílabas, tejer la trama como Penélope o como falsa hilandera de las hebras de la nada, escribir la minuciosa historia de un parpadeo. En contra de ambas: renunciar a ponerlo todo por escrito, a pastorear palabras. Si después de hacer esto que digo, persistes y escribes; si no te obligan las sirenas de la fama, ni la vanidad de tu nombre impreso, ni el llamado del compromiso con la humanidad sufriente ni los niños de Yemen y Biafra, sino que escribes como el caracol secreta, vive y carga su coraza, habrás comenzado tu camino de escritor rodeado por sirenas. ¡Bienvenido a las palabras!

 

 

Para una pequeña teoría del fragmento

 

En el punto de vista está el fragmento. Cuestión de escalas. Desde el espacio la Tierra es la unidad perfecta. Otra cosa es que rompas una taza contra el piso de la cocina. Mediante la abstracción fragmentamos porque nuestro apetito de conocimiento requiere de partes pequeñas de un todo para mejor apropiarse del conjunto. Médicos y biólogos, disecan para mejor describir la totalidad de un cuerpo, su funcionamiento. Quien arma rompecabezas tiene en mente su propia teoría del fragmento. Las piezas contienen una porción de la unidad rota. Así en la literatura: cada obra lleva un trozo más o menos grande de la Humanidad y al leer, a veces sin saberlo, estamos a la búsqueda de nuestra humanidad dispersa.

 

 

Comportamiento y utilidad de lo viejo

 

Produce toda suerte de añoranzas y a veces llanto. Asombro debería también, porque en todo lo nuevo lo viejo vive su infancia rozagante. De máscaras vestido: es un perder partículas, un desprenderse de células muertas; o acumular costras de la herrumbre sobre la lenta combustión de su materia. Tras la incansable acumulación de los instantes, lo viejo persiste aferrado a la forma, sólo mientras la metamorfosis no cambia la intención del ojo que atestigua. ¿Y la Humanidad? Es la vieja estrella que, disfrazada de boca y fruto, al comer se autodevora; ensimismada en su sueño de hombre, aguarda el ciclo que habrá de devolverla al simple fuego.

 

 

Elogio y apuntes sobre la mano I

 

En ausencia del cuerpo, amputada, la mano se va a los extremos: deviene horror o cosa bella. Horror, si de carne y hueso; belleza, si de bronce o piedra, y bien estilizada. Materia de contemplación o estudio. Indicio para el criminalista. Instrumento de magia. Si es la de Dios: o todo su amor o toda su furia. Con sus cómplices, los dedos, la mano siempre está bajo sospecha: lo mismo que acaricia, mata.

Como palabra, habita en la “M” del diccionario común, y es todo un acontecimiento en el de símbolos. Protagonista de cuento de Maupassant, de Nerval, de Schwob, del tumbado Onetti de sus últimos tiempos, y de un Cortázar, siempre profundo y niño.

Orgánica o inorgánica; ficticia o verdadera; móvil o inmóvil, la mano es estoica y epicúrea, todo un ejemplo de abnegación cotidiana.

 

 

Canicas

 

Simulacro de planetas, las canicas se nos quedan desde niños en las manos o en la boca. No nos recordamos comprándolas (y eso es bueno), simplemente aparecían en los juguetes. Cuántas no perdimos en las batallas de la escuela: las cuicas, las agüitas, los ojos de gato, las toninas, las bombochas, las de ondas de la psicodelia; unas opacas, otras transparentes, grandes o pequeñas, el tirito para el chiras pelas. Daba gusto llevarlas en el bolsillo del pantalón, hundir ahí la mano niña, hacerlas sonar, arrancarles el canto leve de lo vítreo en la ansiedad por el recreo. Se jugaba al rombo, al hoyito, al círculo de las constelaciones. Luego, por las tardes, en casa y a solas, las canicas eran exploradoras en los pliegues de la colcha, en las montañas de caminos sinuosos trazados sobre una almohada. Veces había que me llenaba la cara, las cuencas de los ojos cerrados. Yo sentía en lo párpados lo frío, mientras ponía una y otra, y otra. Ahora mis manos viejas han sacado de la caja de recuerdos las esferitas de vidrio, las bolitas. Las miro y son planetas, las pongo juntas, las muevo para escuchar su vítrea, antigua melopeya: la música de las esferas, los mundos de bolsillo, ya están aquí, ya están de vuelta.

 

 

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Marti Lelis.(México D. F., 1968).

Escritor radicado en Tlaxcala (México) desde 1975.

Ha sido antologado en Cien fictimínimos (Ficticia, 2012), Alebrije de palabras (BUAP, 2013); en Cuentos pequeños, grandes lectores (Cofradía de coyotes, 2014); en el libro Cortocircuito (BUAP, 2018). En 2015 fue ganador del «Premio Estatal de Cuento Beatriz Espejo 2015»,del estado de Tlaxcala. En 2016 obtuvo el «Premio Estatal de Poesía Dolores Castro 2016», del estado de Tlaxcala.

 

 

Marti Lelis