Vincent Van Gogh |
El perro del relato
Cuando me marché el perro del relato se fue conmigo. Por las noches le permito echarse a los pies de mi cama. Poco a poco se ha convertido en mi compañero más fiel. Aunque también es muy independiente. A veces sale por la mañana y regresa cerca del anochecer. La llanura es honda y extensa. Y él siempre regresa con algo en la boca. A veces un gorrión. Otras, un pájaro carpintero. También se ha llegado con un pájaro extraño y colorido como los de la selva tropical. Este atardecer, sin ir más lejos, regresó con una estrella marina. Enseguida me di cuenta de que había andado por el mar de Leocadia. No pude sino enternecerme con su preciosa ofrenda.
A Ángel Bonomini
De nunca acabar, Macedonia Ediciones, Bs.As. 2020
Algo se ofrece como una oscura dicha
Cuando despertó se sintió libre del dolor que la sometía.Liviana. Con los huesos huecos y con pozos de aire como los pájaros. No supo dónde estaba, pero una puerta se abría al final de un largo pasillo. A medida que avanzaba la puerta se desdoblaba en otras puertas. Pero ella, cada vez más ingrávida, no dejaba de acercarse. Solo quería mirar del otro lado.
De nunca acabar, Macedonia Ediciones, Bs.As. 2020
Eternidad
Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres, afirmó Ulrica. Y Javier Otárola, que no deseaba a su lado a nadie que no fuera ella, la tomó de la mano y juntos se adentraron en El libro de arena, donde nada puede leerse por segunda vez.
A Jorge Luis Borges
De nunca acabar, Macedonia Ediciones, Bs. As, 2020
Zapatos de lunes
Sentados en una misma silla, una joven madre y su hijo se apoyan uno en el otro. Sus cabellos se mezclan en leve resplandor. Luego ella se levanta y lee sus poemas. En uno de ellos busca sus zapatos. Se pregunta: ¿Dónde están mis zapatos de lunes? Los necesita para la reunión del colegio de su hijo. Llegará, dice, y se sentará derechita con sus zapatos de lunes para parecerse lo más posible a las señoras, que van a la reunión del colegio. Pero ahora, mientras busca los zapatos, tiene los pies descalzos y ardientes en la danza incandescente del verano.
Para Sylvina Bach
De nunca acabar, Macedonia Ediciones, Bs.As., 2020
Conspiración
En las tardes de otoño se me pega una llovizna gris en todo el cuerpo. Aunque no llovizne. De solo estar escucho un adagio tristísimo. Un solo de violonchelo. Siempre viene una palomita del monte, de esas de oscuras y veloces con patitas rojas, hasta el borde del mantel para picotear migajas. Si quisiera podría tocarla. Pero no lo hago. Me gusta mirarla e imaginar dónde se refugia por las noches. Me gustaría seguirla para descubrir el refugio elegido. Lejos de los gatos. Me aterran esos días en los que encuentro montoncitos de plumas desmigajados en el patio. Sé que ellos acechan. Necesito una manera de alejarlos de sus presas. Por las noches mientras miro la oscuridad voy urdiendo conspiraciones para que nadie se entere qué pasó con los gatos.
Inédito, 2020
Desasosiego
Debajo de las mantas los pies se agitan. Se cruzan. Se descruzan. Se estiran. Se encogen. Se rozan. Se retuercen. Ejecutan una danza espasmódica. Quiero detenerlos. Y les ordeno calma. Pero los pies están demasiado lejos de la cabeza.
Inédito, 2020
Sarita conoce el circo
Sarita fue a conocer el circo. Su madre la vistió con su tapadito verde con cuello de terciopelo y le puso sus zapatos de charol que le ajustaban un poco, pero a ella no le importó nada de nada. Conocería el circo. La tía Aurelia se vistió de domingo con un traje de paño gris y zapatos de tacones. Su novio, José, las pasó a buscar en sulky. Y allá fueron. Qué deslumbramiento, para alguien que sólo conoce la extensión de la llanura, aquella profusión de personajes y colores. Los payasos y sus piruetas. Los trapecistas, que le recordaban el vuelo extendido de los caranchos. Los malabaristas, una inspiración. Las fanfarrias, algo definitivamente nuevo. El cielo de la carpa tan parecido al caparazón de una mulita y tan grande como el galpón para guardar la cosechadora. Regresaron entrada la noche al trote lento del alazán. Esa noche Sarita no pudo dormir. Todo le recordaba al circo. La rueda vuelta sobre su eje en la que caminaba con los brazos extendidos. La soga de la ropa, una invitación al funambulismo. Las botellas, una posibilidad de hacer equilibrio. Todo el campo, un enorme circo bajo la carpa abierta de la noche estrellada.
Inédito, 2020
Las cosas que no haré
Ya no tocaré el piano ni ningún otro instrumento. He perdido la agilidad de mis manos y a menudo me duelen tan intensamente que no las reconozco. Tampoco seré equilibrista ni aprenderé a danzar. Mi cuerpo ya no es flexible ni preciso. Me queda seguir haciendo equilibrio en el vórtice de las palabras. Encontrarles un tono, un tempo. Escucharlas como en las noches se escuchan las mareas. Me queda agudizar la escucha. No solo ver, mirar; no solo mirar, contemplar. Renovar el asombro desde la inocencia como si siempre fuera la primera vez. Los ojos frescos como hierbabuena. Las manos abiertas sobre la mesa. En espera. El corazón un tanto agitado. No demasiado. Un respiro quieto. Una sensación de extrañeza. Casi de extranjería. Me queda perseverar en lo que resta.
Inédito, 2020
Reducido se apeó de la noche
Finalmente fue Reducido el que decidió dejar de ser un cusquito nocturno y apearse de la noche. De a poco fue aprendiendo a dejar sus costumbres oníricas. Abandonó sus saltos ingrávidos, sus largas andanzas y sus pasos de sombra por las constelaciones. De llevar una vida terrestre lo peor fue acostumbrarse a dormir por las noches y estar atento a los afanes del día. Aunque quería mucho a su amigo, en la vigilia ya no era el mismo. No le permitía saltar a sus brazos ni lamerle la cara como en los sueños. Le había asignado una cucha preciosa y cómoda, es cierto, pero escasa para sus anhelos de criatura onírica. El soñante, a quien todos por acá llamaban Alfredo, se iba muy temprano a su trabajo y regresaba al atardecer desganado y triste. Reducido no podía sacarle una sonrisa ni siquiera alcanzándole las pantuflas cuando volvía del trabajo. Entonces pensó que el que debería haberse pasado de la vigilia al sueño debió ser Alfredo, ya que su vida terrestre no le procuraba ni una sola alegría. Esa misma noche, mientras Alfredo dormía, Reducido saltó del octavo piso y fue a dar al balconcito de una muchacha de pelo enmarañado, que soñaba con un cusquito nocturno, que entre sus brazos le lamía la cara.
A Antonio Di Benedetto
Inédito, 2020
Desasimiento
Detrás de la ventana imagino mis pasos desnudos en la hierba. La alegría del tacto en el rocío del amanecer. Sin embargo es la noche y estoy varada en la vigilia del insomnio. El tiempo se desvanece en los relojes y se escapa por debajo de las puertas como una materia incandescente. Sin saber cómo camino entre la desolación de los relojes blandos de Dalí. El desasosiego me hace tocar los bordes del cuadro. Quiero salir de ahí. Quiero que me cubran las hojas del otoño. Susurrarle a los árboles. Abrazarlos. Pero es en vano. He perdido la sombra de mi cuerpo y mi voz se hunde en el desierto.
Inédito, 2020
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Nélida Cañas (Córdoba, Argentina) Profesora de Literatura y escritora. Cultiva diversos géneros: poesía, narrativa, microrrelatos y ensayos. Ha sido publicada en numerosas antologías. Entre ellas Pescadores de perlas, España, 2019 y Micros argentinos.Selección Clara Obligado y Raúl Brasca, España, 2020. Recibió Premios nacionales e internacionales. En poesía es autora de diez libros. En narrativa y microrrelatos ha publicado De este lado del mundo (Salta, 1996), Breve cielo (Tucumán, 2010), En la fragilidad de los días (Jujuy, 2013) Intersticios (Jujuy, 2014), Chiquilladas (Jujuy, 2016) Como si nada(Macedonia Editores, Bs. As. 2018) De nunca acabar (Macedonia Editores, Bs.As. 2020).