RAFAEL BAGUR CASTILLO: «TRES RELATOS FANTÁSTICOS»

 

«Christina's world», de Andrew Wyeth

 

 

REUNIÓN FAMILIAR

 

Abrió la puerta y entró despacio, no podía ver claramente y, eso lo asustaba un poco. Las cortinas estaban corridas y unas velas apenas alumbraban en un rincón.

Poco a poco los fue reconociendo: Su papá, su mamá y su hermana ocupaban la primera mesa. Sus tíos Gabriel y Paulina, estaban en otra mesa más atrás. “Debo de estar soñando” —pensó—, “ellos ya están…”

—No estás soñando —dijo, su papá, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿Cómo supo…?

De pronto recordó todo y comenzó a reír, todos reían.

Durante el asalto le habían disparado justo en la cabeza. «Entonces yo también estoy…»

Rió con más fuerza. Lo que era, lo hecho y lo dejado de hacer, qué importaba todo ya.

            

 

 

UNA NOCHE DE TANTAS

 

Venimos a la función nocturna porque era el último día de exhibición de la película y los chicos insistieron tanto que terminaron por convencernos. Compramos en la entrada algunas golosinas y, la verdad, pasamos un buen rato. Al término de la función, dirigiéndonos al parqueo subterráneo, comencé a notar que algo raro tenía que estar sucediendo, no se veía ningún guardia de seguridad. «Apurémonos que se hace tarde», dije, por decir cualquier cosa, mientras me buscaba las llaves del coche en los bolsillos. Apagué la alarma y entramos todos, todavía bromeando por lo terrorífico de la película. Las lámparas (del parqueo) tuvieron un leve titileo y, seguidamente, se apagaron completamente. Puse los seguros automáticos en todas las puertas a manera de precaución, encendí el carro y prendí las luces. Nos dirigimos hacia la salida, de pronto, el motor se detuvo y las luces se apagaron. Los chicos asustados preguntaban qué pasaba y, yo no sabía que contestar. «Ha de ser parte de la propaganda de la película, para que sigamos teniendo miedo», dijo mi esposa, haciendo referencia a la película «La noche del fin del mundo», que acabábamos de ver.

De pronto, las luces del parqueo se encendieron, el coche arrancó y sus luces se prendieron, todo era normal otra vez. De la garita de la entrada y que antes no me había percatado que estaba, salió un anciano que caminaba hacia nosotros. «Son cincuenta centavos», dijo. Nos vimos asombrados y para salir cuanto antes de ahí, me busqué una moneda de dólar en los bolsillos, se la di y el anciano me alargó los cincuenta centavos de cambio, los rechace y el viejo desató un lazo para quitar la barra de seguridad. Todo era tan extraño, tan fuera de lugar que comencé a preocuparme de verdad. «Traen sus teléfonos», pregunté. Todos nos los buscamos al mismo tiempo, sin encontrar nada, «debimos haberlos dejado en el cine», habló de nuevamente mi esposa, medio atragantándose. En ese momento vi el tablero del coche que ahora parecía el de uno muy antiguo. No pude más, detuve el vehículo y me bajé. Un terror inmenso que paralizó mi cuerpo, se apoderó de mí. Mi coche ya no era el Audi del año, era un De Soto de a saber qué modelo. Algo me llamó la atención y me volví a la vitrina iluminada que tenía enfrente. En ella había un televisor empotrado en un mueble de madera marca Admiral con un cartel que decía: La última novedad. Feliz Año 1952”. Al voltear hacia el coche, veo horrorizado a toda mi familia gritar, mientras intentan abrir las puertas para poder salir.

 

 

INVASIÓN FINAL

 

Comenzó en plena Cuaresma. Nunca, en todos los años de su vida (72 exactamente), el abuelo Antonio había visto tantos Zanates* juntos, por todos lados y lo comentaba a cada momento. Ya molestaban a todo el mundo por sus constantes graznidos, y se notaba que los machos abundaban bastante más por su plumaje de un color negro profundo y el aro amarillo en sus ojos. La gente ya estaba preocupada, incluyéndonos a todos nosotros como familia. Carlos, el nieto, comentó que ayer cuando se disponía a salir de casa, una de las aves casi lo atacó. Si no hubiera salido acompañado de la Mimi, la perra de la casa que, aunque pequeña, era valiente y escandalosa, seguramente hubiera sufrido el ataque, la perrita logró con sus estridentes ladridos, espantar al pájaro.

Ese mismo día, la televisión comenzó a alertar sobre que los ataques de las aves y, que ya había varios heridos en diferentes hospitales del país. Y que ya se dirigían hacia esas localidades algunas autoridades y científicos extranjeros para determinar o tratar de determinar la causa de la gran cantidad de aves y de los ataques que se había producido. Ninguno regresó sus cuerpos. O. mejor dicho sus esqueletos, fueron encontrados días después, cuando las aves desaparecieron de pronto, tal y como habían llegado.

Unos días después, las hormigas habían invadido prácticamente toda la casa, estaban en todas partes y, nada parecía detenerlas. Probamos con insecticidas en spray, cada vez más fuertes. Terminamos usando trampas, que parecía haber surtido efecto, las hormigas desaparecieron.

Y, entonces, vino lo peor. Miles de cucarachas salían de todos los agujeros, de las reposaderas, de los chorros y hasta de los inodoros. Asustados salimos a la calle, oyendo como crujían cuando las pisábamos.

Un vecino salió corriendo de su casa totalmente cubierto de ellas, se cayó y desapareció, como tragado por la tierra.

«¡Corran, corran!», grito desesperado mi papá, tomando de la mano a mi mamá. Mi hermana y yo corrimos junto a ellos junto con Carlos. El abuelo prefirió quedarse en la casa con la perrita. La primera en caer fue mi hermana. Mi papá, con Carlos, regresaron para ayudarla y también fueron engullidos por los animales, mientras yo sin saber a dónde ir, halaba de la mano a mi mamá. Ella se volteó a verlos y tropezó. Quise levantarla, pero fue invadida de inmediato y ya no pude hacer nada. Me levanté como pude e intenté correr, pero me costaba ver. Me las quitaba de los ojos a manotazos y en uno de los esfuerzos, tropecé con algo blando y caí. Las vi subiendo por miles a mi cuerpo. Sentí las mordidas, de miles de ellas. Mi debilidad fue haciéndose cada vez más intensa hasta casi desvanecerme. Ya no pude moverme más. Luego… la oscuridad.

 

*

Rafael Antonio Bagur Castillo. Guatemala. Edad: 74 años. Zootecnista de profesión y escritor por elección.

Obras publicadas:

-Novela Le Ri´cha om (La elegida) Araña Editorial. Valencia, España (2014).

-Relato Las piedras. Revista 2.0 y otros enigmas. Valencia, España (2016).

-Relato corto Día de las Madres. Revista Primeros Auxilios. Quetzaltenango, Guatemala (2017).

-Microrrelato El neonato. Revista Resonancias. Paris, Francia (2020).

-Microrrelato Una noche de tantas. Revista Inmediaciones.org. La Paz, Bolivia (2020).

-Microrrelato Invasión final. Libros digitales Calameo (es.calameo.com). México (2020).

-Novela Aullidos. Amazon (link: https://a.co/3Ngmxc6) 2021.

 

 


 



* Quiscanus mexicanus. Género de pájaros dentirrostro, de plumaje negro que se alimentaban de granos. Ahora que la urbanización los ha alcanzado, se han vuelto prácticamente omnívoros.