JOSÉ ZELAYA: «EL OTRO ASESINO»

Edith Lüthi/ Pixabay

 

PROXENETA

Los enanos la acompañaron a una cueva. Los vistió a cada uno con minifaldas, camisas de tirantes, aretes de gran tamaño y tacones de diez centímetros. Los besó en la frente y dio las indicaciones antes de salir. Todos se colocaron en la entrada y los clientes comenzaron a llegar. De alguna forma se debía pagar el alquiler de la casa en el bosque y cumplir los deseos de la princesa.

 

LA HERENCIA

En el bosque, el lobo le ayudó a cortar algunas hierbas venenosas. Al terminar, se tomaron de las manos y llegaron a donde vivía la abuela. Mientras la anciana hablaba del testamento por teléfono, la niña saludó y ofreció prepararle un té. Cuando ya estaba listo, la anciana colgó el teléfono y lo tomó agradeciendo a su nieta. Caperucita sabía que luego del último trago, la casa y toda la fortuna de la abuela, sería suya.

 

EL OTRO ASESINO

 

Sus razonamientos serán los siguientes: «Soy ino­cente; soy pobre; mi orangután vale mucho di­nero,

una verdadera fortuna para un hombre que se encuentra en mi situación.»

EDGAR ALLAN POE, Crímenes de la calle Morgue

 

En un tiempo, todos pensaban que el cri­men estaba resuelto. Pero desconocían que, a esa altura de los acontecimientos, el marinero los engañaba. El orangután sólo era una falsa imagen de su siniestro plan. Esa misma y azarosa noche en que Dupin y su compañero creyeron su testi­monio, él corrió a toda prisa hasta su casa y sacó un filoso puñal que guardaba en lo alto del armario. Mientras la policía terminaba de investigar el asesinato de aque­llas dos mujeres, el marinero ya se encon­traba en la casa de una nueva víctima, degollándola a la luz de la luna.

 

PLAGA

Alguien tocó la puerta principal de la casa. Miré por el picaporte y vi a un ancia­no. Tenía un bicho en el bolsillo de la ca­misa. Me pidió una llamada, su auto se había descompuesto en plena carretera. Lo invité a pasar. Mientras se acomodaba en el sillón, corrí en busca del teléfono. Al volver, la casa estaba llena de insectos y el hombre se había ido. No tuve tiempo de escapar.

 

EL CULPABLE

Los tres serían enjuiciados a cadena perpetua, si no confesaban lo que había sucedido. Se les interrogó individualmente y parecían contar la misma historia. Nadie creería algo tan absurdo, por lo que el juez emitió una orden para inspeccionar sus casas. Iniciaron con la de paja, buscaron en cada rincón evidencias que les dieran indicios sobre el espeluznante hecho, pero no encontraron nada. Lo mismo pasó con la de madera. Por último, revisaron la de ladrillos. Uno de los agentes de la policía observó que la cerradura de la puerta del baño estaba forzada. La abrió. Llegó a la bañera y descubrió un cuchillo ensangrentado. El cerdito que había matado al lobo, estaba sentado en el tercer banquillo de los acusados. 

 

REGRESIÓN

De niño soñaba con hacer lo mismo que el ratón de los dientes. Todos creían que me convertiría en dentista. Lo cierto es que eso no sucedió, jamás fui a la universidad. De hecho, nunca lo vi necesario. Basta con abrir la puerta de los niños por las noches, sacar la llave inglesa de mi bolsillo trasero, colocarla en una de las perlas blancas que brillan en sus bocas, jalar con fuerza y depositarlas en una pequeña bolsita. En casa, las enumero y coloco la fecha del suceso. Así voy guardándolas hasta recuperar la dentadura que me fue quitada cuando tenía nueve años.

 

POR CURIOSO

Los caballos se asustaban al escuchar los ruidos que provenían del zacate detrás de la casa. Relinchaban cada vez más fuerte y al cabo de cinco minutos, un si­lencio cubrió la atmósfera. Pedro se acer­có a la ventana para ver lo que estaba pasando. La presencia notó la mirada del hombre y se alejó evaporándose con una sonrisa siniestra. Pedro se apresuró a bus­car a su familia para contarles lo que ha­bía visto. Cuando los encontró, quiso abrir la boca, pero no pudo. Se dio cuenta de que estaba costurada y que de ella colgaba una aguja.

 

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José Zelaya (1998, Honduras) Psicólogo y narrador. Maestrante en Recursos Humanos. Ha publicado los libros de microficción: El misterio de la caja (Editorial Eccos, 2021), Voraces (Editorial La Chifurnia, El Salvador, 2022) e Intromisiones Salvajes (Ediciones Malpaso, 2022). Compiló las antologías: Ecos, Nuevas voces de la minificción centroamericana (Parafernalia Ediciones, Nicaragua,2020), El baile del dinosaurio: Antología hondureña de minificción (en conjunto con Elisa Logan, 2021) y Antología de minificcionistas hondureñas (Editorial Tusca, Argentina, 2022). Textos suyos integran más de quince antologías de minificción. Galardonador del Concurso de microrrelato Dentro de la botella (2018) por el Sistema Bibliotecario de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y el Concurso de microrrelato Días de resguardo (2020) por el Centro Cultural de España en Tegucigalpa. Es organizador del I Encuentro Hondureño de minificción junto a Elisa Logan y fundador de la primera editorial digital hondureña de minificción en compañía del escritor Ricardo Álvarez Moncada. También, ha brindado talleres y conferencias del género breve en la Universidad Tecnológica Centroamericana (UNITEC) y La Universidad Agrícola del Zamorano.