LAS FRONTERAS DE LA MINIFICCIÓN

 

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Por Lilian Elphick

 

Definiciones

 

Dada su naturaleza híbrida, lúdica y rebelde, la minificción y sus múltiples nombres, se resiste al encasillamiento, sin embargo podemos acercarnos a una definición. ¿Qué es y qué no es una minificción? ¿Dónde están sus límites? Es necesario preguntarse también si la minificción se nutre de otros géneros literarios o formas fictivas breves, como lo son el haikú japonés, la prosa poética o la fábula o, simplemente nace como algo completamente distinto, con una esencia propia e irredargüible.

Según el estudioso mexicano Lauro Zavala[1], «la minificción es un género literario surgido a principios del siglo XX. Se ha señalado la publicación en México del texto “A Circe”, de Julio Torri (1914) como referente original. La minificción no es un minicuento, sino un texto experimental de extensión mínima con elementos literarios de carácter moderno o posmoderno». (Zavala: 55)

«La minificción es el género más didáctico, lúdico, irónico y fronterizo de la literatura. También es el más reciente, pues mientras surgió apenas a principios del siglo XX, ha sido hasta la última década de ese mismo siglo cuando empezó a ser considerado como un género literario autónomo, si bien sus raíces se encuentran en las vanguardias hispanoamericanas del período de entreguerras». (Zavala: 60)

«La minificción nace como una forma de relectura de los demás géneros. Su estructura es siempre híbrida, y tiende a la metaficción y a una intertextualidad galopante».(Zavala: 60)

 

A mi modo de ver, la minificción se adapta a numerosas formas fictivas literarias breves, pero también a formas extraliterarias, como por ejemplo, el anuncio en un periódico, una definición, un instructivo o un epitafio (Zavala,118). Un texto conocido y canonizado es el atribuido a Hemingway: «For sale: baby shoes, never worn». («Vendo zapatos de bebé, sin usar») que contiene dos historias: una superficial y una profunda; es decir, omite la materia narrativa y deja al lector/a la tarea de desentrañar o desmadejar la historia. Aquí, Hemingway aplica su propia teoría del iceberg, en donde lo más importante nunca se cuenta.

Lo esencial, entonces, en la minificción (aquí incluyo al microrrelato) es la tensión generada por el silencio o elipsis que es capaz de abrir otras ventanas, como la gran ventana de la intertextualidad. Otro ejemplo: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», de Augusto Monterroso. Si el desocupado/a lector/a no conoce «La metamorfosis», de Kafka, no podrá entender cabalmente este texto. Porque la pequeña historia del dinosaurio se emparenta con la de Gregorio que despierta una mañana convertido en un escarabajo.

Otros ejemplos de silencio están contenidos en tres textos, enmarcados en lo histórico y la denuncia: Golpe, de Pía Barros, Padre nuestro que estás en los cielos, de José Leandro Urbina y El emigrante, del mexicano Luis Felipe Lomelí.


«Golpe», de Pía Barros:


—Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe?

—Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.

El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo[2].

 

«Padre nuestro que estás en los cielos», de José Leandro Urbina:

 

Mientras el sargento interrogaba a su madre y a su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza.

- ¿Dónde está tu padre? -preguntó.

-Está en el cielo –susurró él[3].

- ¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado el capitán.

-No –dijo el niño-. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.

El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.



«El emigrante», de Luis Felipe Lomelí[4]:

—¿Olvida usted algo?

—¡Ojalá!

 

 

Estos tres textos están sujetos a múltiples significados desde donde aflora la historia profunda y el reconocimiento de algo que va más allá, y ese «algo» está enmascarado, maquillado con una determinada oración religiosa o con una conversación de pasillo, trivial. Aquí, los títulos son muy importantes, funcionan como llaves que se insertan en la cerradura correcta. Además, la tensión se produce en el tratamiento de la metonimia y la ironía. Para María Isabel Larrea:

 

«[…] Los microcuentos históricos refieren los sucesos que se consignarían tradicionalmente en muchas páginas. Su propósito, al igual que el de los relatos extensos, será releer la historia de Latinoamérica desde el presente, reconstruirla, reescribir sus mitos, testimoniar y conservar su memoria social y cultural. En consecuencia, con ellos se establece un nuevo modo de lectura de los acontecimientos contingentes»[5].

 

 

Cuando la frontera de la narratividad se desdibuja

 

     En el amplio mundo de la minificción y de la literatura, como sistema de intercomunicación, existe una gran variedad de textos, algunos más “comprensibles” que otros. Esta comprensión deriva en la narratividad y la aprehensión que el lector/a hace del escrito. ¿Qué sucede cuando la minificción no contiene una historia propiamente tal, aunque sea sugerida, sino una divagación o cuestionamiento de orden filosófico o existencialista? ¿Qué pasa cuando no encontramos principio, medio y final, siguiendo las coordenadas aristotélicas? En el blog Ultraficción[6], del escritor argentino Alejandro Bentivoglio, se puede apreciar el siguiente texto:

“Wake Up”

Nuestros sueños están hechos de cosas que no existen en ninguna parte, pero que se parecen a algo que podríamos tener a la mano. Tampoco podemos estar seguros de que sean nuestros sueños. La propiedad es variable en caso de somnolencia recurrente. Ocasionalmente son ellos los que nos sueñan sin dar mayores explicaciones. Pero es difícil estar seguro de esto porque los dormidos y los despiertos se alternan en la tarea de entorpecer las cosas y es habitual tener que enfrentarse a traumas infantiles, tigres o laberintos cada vez que queremos llegar a ese botón que es la alarma del despertador, hábilmente disfrazada en objetos tan absurdos como, tal vez, el gatillo de un revólver.

 

Y el de Patricia Nasello:

«Salvaje»

Decide eliminar con crueldad al enemigo: detona una carga de palabras odiosas, gastadas, en descomposición. [7]

 

     Como acota Lauro Zavala, el chiste se agota de inmediato, pero la minificción obliga a una relectura. Estos dos últimos textos, siguiendo el criterio del teórico mexicano, se acercan a los siguientes postulados:

«[…] una minificción puede construir en poco espacio una secuencia que lleva a una revelación: una epifanía, una explosión de sentido. [Esta] secuencia textual no es necesariamente narrativa».

«[…] Una minificción puede ser, de manera simultánea, intensamente poética y sorprendentemente breve. El resultado es un deslumbramiento: una imagen. Es decir, un resplandor súbito». (Zavala, 126)[8]

 

     En última instancia, se trata de textos paradójicos, de anécdota muy difusa, que trabajan más el lenguaje que el hecho narrado en sí mismo. Son una explosión de sentido y provoca en el lector/a desasosiego e incertidumbre. Al ser ultra intensos van más allá de lo que Cortázar pedía al cuento breve: más que una foto son un flash, un abismo, un vórtice. Son verticales y no horizontales. Son centrípetos y no centrífugos.

     Para finalizar, es necesario citar aquí a la teórica venezolana Violeta Rojo[9], que hace un recuento de las características de la minificción, según la perspectiva de reconocidos académicos/as:

 

«Para Dolores Koch (“El micro-relato en México”) son relatos sin introducción, anécdota o acción, sin personajes delineados, ni punto culminante y, por tanto, sin desenlace. Además, apunta, la prosa es sencilla, cuidada, precisa y bisémica; utiliza el humor, la paradoja, la ironía y la sátira; rescata formas literarias antiguas y las inserta en formas no literarias.

Para Laura Pollastri (Pollastri) sus características serían: humor, plurisemia, intertexto, fragmentariedad, los pactos entre lector y autor.

Para Francisca Noguerol (“Micro-relato y posmodernidad”) son textos escépticos, en los que se recurre a la paradoja, privilegian los márgenes y experimentan con temas, personajes y formatos, son fragmentarios, necesitan la participación del lector, son polisémicos, intertextuales, utilizan el humor y la ironía.

Para Lauro Zavala (La minificción bajo el microscopio) tiene cinco características: brevedad, diversidad, complicidad, fractalidad y fugacidad.

Nana Rodríguez (Rodríguez Romero) enumera el humor, la ironía y el lenguaje simbólico, lo poético, lo onírico, lo filosófico y lo fantástico y la conexión entre título y contenido como elementos fundamentales». (Rojo, 381-382).

 

     No hay conclusión para el estudio de la minificción. Cualquier canon depende de la comunidad. En el caso de la gran comunidad latinoamericana de escritores (as), pensadores (as), intelectuales y académicos(as), a ellos (as) les corresponde revalorar y resemantizar la formación, desarrollo y futuro del canon literario de la minificción plasmado en este continente estriado, antes de que la puerta se abra a cien años de olvido.



[1] En: «Para analizar la minificción»:  https://laurozavala.net/minificcion/

[2] En: Ropa usada, de Pía Barros. Asterión, Chile, 2000.

[3] En: Las malas juntas, de José Leandro Urbina. Planeta, Chile, 1993.

[4] En: Ella sigue de viaje, de Luis Felipe Lomelí, 2005.

[5] El microcuento histórico, por María Isabel Larrea. En: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0071-17132006000100009

[8] Lauro Zavala: «Las fronteras teóricas e históricas de la minificción». En: https://laurozavala.net/minificcion/

[9] Violeta Rojo: «La minificción ya no es lo que era» (Artículo publicado originalmente en francés: “La microfiction n’est plus ce qu’elle était: une approche de la littérature ultra-brève”. Les Langues Néo-Latines 370 (2014): 13-26. Impreso.) Encontrado en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5271712.pdf