René Magritte/ Le Banquet |
CASI PALABRAS
Al final del pasillo del edificio de la periferia había un armario con un
espejo cuya plata rota y polvorienta anulaba todos mis gestos.
Yo
daba unos pasos y luego me detenía, como si hubiera llegado a medio camino
entre dos finales. Oscilaba.
Mi mirada se deslizaba por las paredes, acuosa, incluso invasiva, junto
con la sombra, como un antiguo diluvio. Estaba extendiendo la mano, buscando un
contorno del mundo o su apariencia.
Pensé que de esta manera lograría encontrar
algún sonido que uniera mi vida a un número, cualquier que fuera, como última
respuesta de la luz al grito asustado del niño cegado por la caída intempestiva
e imparable del segundo cuando la impenetrable oscuridad del agua se transformó
en yo...
...Y entonces hablé...
Era mi derecho al suicidio.
INTERIOR IMPLOSIONANTE
Atardecer. Un suelo de cemento con diseños geométricos. Cuadrados. Cubos.
Del
exterior llega una luz difusa como un sentimiento incontrolado. Una letra se
eleva de la piedra, humeando como un alma perdida. Luego un cuadrado. Luego un
cubo. Algo extraño (tal vez sus rincones, tal vez la escarcha de la duración
aún desconocida) raspa la epidermis de mi alma, convirtiéndola en una partitura
formada por líneas de falla.
Soy yo, infinitamente dividido.
Algunos
me dicen que tengo derecho a apelar. Pero por eso debería decir algo. No puedo.
Porque, junto con la escarcha de las palabras, también mi alma se abandonaría
-- una vez liberada del calor (aunque impuro) de la materia que me mantiene
vivo, encadenándome -- a los cuatro vientos.
No puedo... Y por eso me quedo aquí, en la materia cálida y miserable, en el
cuerpo execrable que me da nombre, rodeándome de líneas y fronteras.
Punto.
Interior implosionante.
EL ARTE DE PERDER(ME)
La palabra más bella nunca será mía. Ni siquiera la muerte más pródiga e
inocente (la perfección pertenece sólo al núcleo de luz o a las criaturas que
conocen los fundamentos de la caída inversa, así como los milagros nunca se
revelan al miedo incansable, sino sólo al amor no correspondido).
Pensar que sabes la verdad es casi un sacrilegio. Siempre en busca de algo cada
vez más vago y difícil de nombrar, mi naturaleza se balancea constantemente
sobre la línea del horizonte, que a veces confunde con la línea del destino, a
veces con la dirección de la mirada de Dios, sin encontrar, al final, otra cosa
que migajas de preguntas. Alguna respuesta... nunca.
Y sin embargo: más perecedero que el momento
mismo, todavía respiro...
LA CONFESIÓN DE UNA AMNESIA
...Talán, talán... talán, talán...
talán, talán...
Ecos continuos que vienen de muy lejos, de las patrias del viento, de los nudos
de las aguas, de la combinación prohibida de vida y noche...
...Y las llamas de la cera derretida despertando, tal vez, los huesos de los de antaño en el metal amarillo verdoso de la campana puesta al revés en la que ardían las velas tarde tras tarde, noche tras noche, dando voz al recuerdo de una iglesia intemporal o a un presagio fatal.
...Talán,
talán... Sonidos prolongados golpeando los tímpanos, provenientes de muy bajo,
muy lejanos, lentos, confusos, pero al mismo tiempo claros y distintos...
Talán, talán...
Halos sonoros que se repiten con la obstinación de un signo del destino. Tonos
de aire y agua, finos, destilados al límite entre el oído y el silencio...
Distancias que se acercan y desaparecen... Territorios que se dislocan...
Espacios intercambiando configuraciones y significados... Talán, talán...
Momentos que pasan uno tras otro, de su propia naturaleza a otra cosa, siempre
a otra cosa...
Las moléculas de sangre caen aturdidas ante el sordo rugido del metal caliente
y el sonido de repente se calla. Ni dolor, ni indiferencia, ni sueño. Sólo una
larga, larga amnesia... Y tú eres su confesión. Existiendo sólo a través de
ella, sólo en ella...
FOTOGRAMA CON MEDIODÍA ALUCINATORIO
Es un silencio inmóvil, cadavérico, irónico...
La
luz del sol, abrumadora, exultante e irritante, rompe la visión...
Las sales se mezclan con las cenizas y, desde los altos vacíos del alucinante
mediodía de verano, se posan sobre la sangre, en convulsiones alquímicas.
Los mataderos de perros vacían sus entrañas a nuestros pies, en las camas, en
las aceras, en el sueño. De color amarillo verdoso, la bilis hierve por nuestro
disgusto por la plata de cualquier espejo, y voces surgen torpemente de nuestro
pecho: pesadas, asesinas, como el olor de la escoria. Las hojas secas y ásperas
se sacuden con la brisa nauseabunda, colgando largas, como estigmas brillando
con la salvaje satisfacción de una catástrofe inminente, como dientes cerca de
una presa, sea cual sea. Silencio informe, como una completa y absoluta
confusión de reinos.
El ojo enfermo en el triángulo escupe sangre, vagos recuerdos sobre el humano,
gruñidos de exclamaciones, de modo que parece más bien una boca que hasta ahora
lo ha tragado todo rápidamente, sin discernimiento.
Las
savias se adormecen en los tallos de las plantas con el silbido final del
aliento de una bestia después del gran libertinaje...
SOLILOQUIO EN UN ESPEJO OPACO
Vuelves de nuevo al exilio largamente aceptado de tu aburrida habitación, que
nunca te espera o lo hace, de alguna manera, por aburrimiento o apatía, y las
ventanas te saludan ciegamente como ideales sin sentido, cansados, caducados...
Entras. Vuelves a entrar. Regresas de donde te fuiste. Vas a volver a tus
raíces. No, ni idea... Das vueltas en círculos, sin pensar, y no encuentras más
que los mismos montones de papeles sin importancia... Descuidos, polvo, objetos
que pudren en desorden... Paredes con yeso caído, fotografías encorvadas por la
inmovilidad, flores y hojas secas de hace mil siglos...
Cosas
cuyo único mérito es que existen, entregándose al tiempo como alimento y camino
para caminar: una mezcla de huesos y hierbas y metales oxidados. Entre ellos,
tú también. Te encuentras aquí, en la tierra, por una indulgencia o desatención
de la naturaleza, que nunca pregunta ni se pregunta quién, qué, por qué, cómo
esto o aquello es posible...
El único que queda por preguntar y preguntarse eres tú, pero no lo haces.
Ya no lo haces... Ya que ya no te interesa e incluso tú mismo ya no interesas a
tus sentidos embotados, atrofiados, cubiertos por sucesivos aluviones...
¿Podrías decir, como el filósofo, que el yo es horrible, detestable?
Sería demasiado esfuerzo y no serviría de nada. Como máximo, te ayudaría
a descomponerte más rápido. Realmente, una solución...
...Pero
las soluciones pertenecen a los
vivos...
***
George Nina ELIAN
(Costel Drejoi) nació el 13 de noviembre de 1964 en la ciudad de Slatina
(Rumania). Poeta, traductor, periodista. Debut: 1985, en la revista
"Cronica" de Iași.
Publicó los poemarios: Lumina ca singurătate/ La luz como soledad
(2013); Ninsoarea se întorsese în cer.../ La nieve había vuelto al cielo... (2016);
Fericirea din vecinătatea morții/ La felicidad en la vecindad de la muerte (2018);
Timpul din afara ceasurilor/ El tiempo fuera de los relojes (2020); Verdele
ceai al miezului de noapte. Scrisori de dragoste/ El verde té de la medianoche.
Cartas de amor (2021); Nimic altceva/ Nada más (2022); Grația cu care
moare o frunză/ La gracia con la que muere una hoja (2023).
Sus textos han aparecido en las revistas más importantes del país, así
como en publicaciones en el exterior (México, España, Italia, Argentina, Chile,
Brasil, Portugal, Albania, Bulgaria, Bélgica etc.).
Nota de la E.: Textos traducidos al español por su autor.