GEORGE NINA ELIAN: «SOLILOQUIO EN UN ESPEJO OPACO»

René Magritte/ Le Banquet

 

CASI  PALABRAS 


Al final del pasillo del edificio de la periferia había un armario con un espejo cuya plata rota y polvorienta anulaba todos mis gestos.

Yo daba unos pasos y luego me detenía, como si hubiera llegado a medio camino entre dos finales. Oscilaba.
 Mi mirada se deslizaba por las paredes, acuosa, incluso invasiva, junto con la sombra, como un antiguo diluvio. Estaba extendiendo la mano, buscando un contorno del mundo o su apariencia.

 Pensé que de esta manera lograría encontrar algún sonido que uniera mi vida a un número, cualquier que fuera, como última respuesta de la luz al grito asustado del niño cegado por la caída intempestiva e imparable del segundo cuando la impenetrable oscuridad del agua se transformó en yo...
...Y entonces hablé...

Era mi derecho al suicidio.



INTERIOR IMPLOSIONANTE 

Atardecer. Un suelo de cemento con diseños geométricos. Cuadrados. Cubos.

Del exterior llega una luz difusa como un sentimiento incontrolado. Una letra se eleva de la piedra, humeando como un alma perdida. Luego un cuadrado. Luego un cubo. Algo extraño (tal vez sus rincones, tal vez la escarcha de la duración aún desconocida) raspa la epidermis de mi alma, convirtiéndola en una partitura formada por líneas de falla.
Soy yo, infinitamente dividido.

Algunos me dicen que tengo derecho a apelar. Pero por eso debería decir algo. No puedo. Porque, junto con la escarcha de las palabras, también mi alma se abandonaría -- una vez liberada del calor (aunque impuro) de la materia que me mantiene vivo, encadenándome -- a los cuatro vientos.
No puedo... Y por eso me quedo aquí, en la materia cálida y miserable, en el cuerpo execrable que me da nombre, rodeándome de líneas y fronteras.

Punto.
Interior implosionante.



EL  ARTE  DE  PERDER(ME)

 
La palabra más bella nunca será mía. Ni siquiera la muerte más pródiga e inocente (la perfección pertenece sólo al núcleo de luz o a las criaturas que conocen los fundamentos de la caída inversa, así como los milagros nunca se revelan al miedo incansable, sino sólo al amor no correspondido).
Pensar que sabes la verdad es casi un sacrilegio. Siempre en busca de algo cada vez más vago y difícil de nombrar, mi naturaleza se balancea constantemente sobre la línea del horizonte, que a veces confunde con la línea del destino, a veces con la dirección de la mirada de Dios, sin encontrar, al final, otra cosa que migajas de preguntas. Alguna respuesta... nunca.

 Y sin embargo: más perecedero que el momento mismo, todavía respiro...


LA  CONFESIÓN  DE  UNA  AMNESIA 

 

 ...Talán, talán... talán, talán... talán, talán...
Ecos continuos que vienen de muy lejos, de las patrias del viento, de los nudos de las aguas, de la combinación prohibida de vida y noche...

 ...Y las llamas de la cera derretida despertando, tal vez, los huesos de los de antaño en el metal amarillo verdoso de la campana puesta al revés en la que ardían las velas tarde tras tarde, noche tras noche, dando voz al recuerdo de una iglesia intemporal o a un presagio fatal.

...Talán, talán... Sonidos prolongados golpeando los tímpanos, provenientes de muy bajo, muy lejanos, lentos, confusos, pero al mismo tiempo claros y distintos... Talán, talán...
Halos sonoros que se repiten con la obstinación de un signo del destino. Tonos de aire y agua, finos, destilados al límite entre el oído y el silencio... Distancias que se acercan y desaparecen... Territorios que se dislocan... Espacios intercambiando configuraciones y significados... Talán, talán... Momentos que pasan uno tras otro, de su propia naturaleza a otra cosa, siempre a otra cosa...
Las moléculas de sangre caen aturdidas ante el sordo rugido del metal caliente y el sonido de repente se calla. Ni dolor, ni indiferencia, ni sueño. Sólo una larga, larga amnesia... Y tú eres su confesión. Existiendo sólo a través de ella, sólo en ella...



FOTOGRAMA  CON  MEDIODÍA  ALUCINATORIO 

 

Es un silencio inmóvil, cadavérico, irónico...

La luz del sol, abrumadora, exultante e irritante, rompe la visión...
Las sales se mezclan con las cenizas y, desde los altos vacíos del alucinante mediodía de verano, se posan sobre la sangre, en convulsiones alquímicas.

 
Los mataderos de perros vacían sus entrañas a nuestros pies, en las camas, en las aceras, en el sueño. De color amarillo verdoso, la bilis hierve por nuestro disgusto por la plata de cualquier espejo, y voces surgen torpemente de nuestro pecho: pesadas, asesinas, como el olor de la escoria. Las hojas secas y ásperas se sacuden con la brisa nauseabunda, colgando largas, como estigmas brillando con la salvaje satisfacción de una catástrofe inminente, como dientes cerca de una presa, sea cual sea. Silencio informe, como una completa y absoluta confusión de reinos.

 
El ojo enfermo en el triángulo escupe sangre, vagos recuerdos sobre el humano, gruñidos de exclamaciones, de modo que parece más bien una boca que hasta ahora lo ha tragado todo rápidamente, sin discernimiento.

Las savias se adormecen en los tallos de las plantas con el silbido final del aliento de una bestia después del gran libertinaje...


SOLILOQUIO  EN  UN  ESPEJO  OPACO 

 

Vuelves de nuevo al exilio largamente aceptado de tu aburrida habitación, que nunca te espera o lo hace, de alguna manera, por aburrimiento o apatía, y las ventanas te saludan ciegamente como ideales sin sentido, cansados, caducados...
Entras. Vuelves a entrar. Regresas de donde te fuiste. Vas a volver a tus raíces. No, ni idea... Das vueltas en círculos, sin pensar, y no encuentras más que los mismos montones de papeles sin importancia... Descuidos, polvo, objetos que pudren en desorden... Paredes con yeso caído, fotografías encorvadas por la inmovilidad, flores y hojas secas de hace mil siglos...

Cosas cuyo único mérito es que existen, entregándose al tiempo como alimento y camino para caminar: una mezcla de huesos y hierbas y metales oxidados. Entre ellos, tú también. Te encuentras aquí, en la tierra, por una indulgencia o desatención de la naturaleza, que nunca pregunta ni se pregunta quién, qué, por qué, cómo esto o aquello es posible...
 El único que queda por preguntar y preguntarse eres tú, pero no lo haces. Ya no lo haces... Ya que ya no te interesa e incluso tú mismo ya no interesas a tus sentidos embotados, atrofiados, cubiertos por sucesivos aluviones...
¿Podrías decir, como el filósofo, que el yo es horrible, detestable?
 Sería demasiado esfuerzo y no serviría de nada. Como máximo, te ayudaría a descomponerte más rápido. Realmente, una solución...

...Pero las soluciones pertenecen a los vivos...       

***

George Nina ELIAN (Costel Drejoi) nació el 13 de noviembre de 1964 en la ciudad de Slatina (Rumania). Poeta, traductor, periodista. Debut: 1985, en la revista "Cronica" de Iași.


Publicó los poemarios: Lumina ca singurătate/ La luz como soledad (2013); Ninsoarea se întorsese în cer.../ La nieve había vuelto al cielo... (2016); Fericirea din vecinătatea morții/ La felicidad en la vecindad de la muerte (2018); Timpul din afara ceasurilor/ El tiempo fuera de los relojes (2020); Verdele ceai al miezului de noapte. Scrisori de dragoste/ El verde té de la medianoche. Cartas de amor (2021); Nimic altceva/ Nada más (2022); Grația cu care moare o frunză/ La gracia con la que muere una hoja (2023).
 Sus textos han aparecido en las revistas más importantes del país, así como en publicaciones en el exterior (México, España, Italia, Argentina, Chile, Brasil, Portugal, Albania, Bulgaria, Bélgica etc.).

 

 

Nota de la E.: Textos traducidos al español por su autor.