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Edward Hopper |
LA BOLA DE CRISTAL
A veces, la soledad entra en mi casa cuando tú estás. Me despierto temprano, cuando el sol está saliendo y, como en un cuadro de Hopper, me siento entre las sábanas dejando que los rayos de sol me llenen de luz; mientras tú duermes. Sentir la soledad a tu lado me gusta. Dice la wikipedia que la soledad es un estado de aislamiento en el cual el individuo se encuentra solo, sin acompañamiento de una persona. Pero no es así cuando estoy contigo. A tu lado me invaden las ganas de un recogimiento acompañado. Una soledad íntima y deseada. Y entonces, en medio de nuestro silencio, me entran unas ganas terribles de aprender el idioma de los ángeles, la lengua oculta del enoquiano, ahí en mi lámpara de la mesilla, que es muy redonda y parece una bola de cristal.
LAS FLORES
La señora Daisy se ha hecho mayor pero las flores las sigue comprando ella. A su edad, cuando ya parece que todo está hecho, el silencio es su nueva ocupación así que una de sus aficiones favoritas es sentarse a no esperar nada. Cada sábado a las cinco de la tarde con puntualidad de Big Ben recibe la llamada de su vecina Dorothy para tomar el té, y la señora Daisy cada sábado a las cinco de la tarde con paciencia cabalística le dice que lo siente mucho pero que tiene una cita con sus tulipanes frescos y el señor Hopper, que se esfuerza en leer sin lentes su libro sobre antiguos globos aerostáticos engalanado en su traje y botines para la ocasión, que todo libro merece un respeto. El aburrimiento de su vecina Dorothy hace que nunca desista en su llamada porque piensa que la señora Daisy se ha vuelto rara. Por eso, cada sábado lo intenta, para cotillear como una forma de supervivencia. Mientras, la señora Daisy vive el mundo en colores con elegante sencillez.
LA SEÑORITA FLANEUR
La viajera residente se sube al
primer tren que llega y con su mirada prismática se sienta enfrente de la
señorita Flaneur. La observa furtivamente porque sabe que no es una mujer
recién salida de un cuadro de Hopper sino de la cama de su amante, un
bibliotecario de provincias felizmente casado.
Por supuesto que la señorita Flaneur vuelve a la
residencia de señoritas donde no hace otra cosa que pasearse por las
bibliotecas de todas las redes comarcales y claro ya se sabe a dónde llevan los
libros. Hay ciertos recuerdos que se gozan más que el hecho en sí por eso
deduce que la señorita Flaneur ahora cierra los ojos para entregarse a un sueño
todavía más placentero que el rato que acaba de pasar entre sábanas. Qué placer
pensar que, después de una cariñosa dosis de láudano, ese bibliotecario
insensato entenderá que se ha acabado para siempre. Está claro que a la
señorita Flaneur no le gusta ser la segunda. La viajera residente sonríe y
apunta en su libreta: hoy registro que otras vidas flotan en este tren.
Después, cierra los ojos.
UNA BUFANDA CASUAL
—Querido, que maté a un hombre es evidente. Aunque lo hice por casualidad. Como Meursault de Camus, el sol me cegó y pum. Disparo certero. A veces cuando voy conduciendo y una voz me dice que cierre los ojos mientras agarro el volante y entonces los cierro como por casualidad como para matarme por casualidad. La muerte preside mi vida. De manera obsesiva cada día pienso en ella. Y muchas veces pienso que moriré de la manera más ridícula. Subida a una moto con una bufanda kilométrica que se va enredando poco a poco en la rueda de atrás hasta dejarme sin aire. Tanta lucha para terminar mi vida con este epitafio: Se la llevó una bufanda casual. Sin embargo, este tipo de muerte tiene algo de glamuroso. ¿Sabes que una actriz de los años 50 la palmó así? Envuelta en un largo chal de seda… Ay, Edward, —suspira—¿Otra copa?
—Cariño, me encantaría pero me vas a tener que disculpar. Me temo que mañana saldré de viaje por un largo tiempo.
EL MOTEL Y LA PISCINA
Llegó la Semana Santa y la viajera residente sabiendo que de Santa lo que Santa Teresa, agarró su auto rectangular de enorme radio plateada en sonido mono para llegar aparatosamente al Inn & Suites visible en una de las carreteras secundarias de la vieja ruta 66, que estaba vacío por vacaciones. Visto que todo el personal, excepto uno, se fue a ver el verde del campo y el azul del mar, y previsto que ella ya estaba cansada de la redundancia de los planes perfectos, decidió entregarse de lleno al oxímoron y eligió asfalto y agua.
Su plan era previsible: del motel a la piscina y de la piscina al motel. Máximo ahorro de energía y al traste los tantos de miles de pasos diarios que todo el mundo dice hacer.
También se aseguró de que en la habitación tuviera al menos un fijo, Henry Miller o Jack Kerouac. Cualquiera o ambos. Para cambios de humor por tramos, más que suficiente. De todo el resto, se ocupaba el único miembro del personal que allí se quedó. En el Inn & Suites la contemplación estaba servida en bandeja de plástico. Es evidente que este año la viajera residente quisiera repetir.
ABSENTA
Cuando la señora Flannery entendió que había nacido para limpiar, ideó una técnica para pasar el resto de su vida limpiando: una cucharadita de absenta le daba la fuerza interior precisa para poner la casa patas arriba mientras nada se movía de su sitio. Un superpoder para mantener la armonía familiar que era solo suyo, su secreto. Mientras limpiaba, cantaba, siempre cantaba: limpiando espero, la muerte que más quiero. Un domingo de 1952, la señora Flannery se vistió por última vez su traje de rosas preferido. Duplicó su dosis de absenta, usó conmovida por última vez su aspiradora y en silencio se quedó con dos finalistas: Madame Bovary o Sylvia Plath. Optó por una muerte casera. El señor O´Connor, no la encontró hasta que necesitó su vermut del mediodía.
LA VIDA ESTÁ EN OTRO LUGAR
Situada en el andén, la viajera residente enfocó con sus prismáticos la ventana de un metro nocturno para ver en primer plano a Gigi Riff, a la que, como un tótem, toda la Residencia de Señoritas estaba buscando desde el día anterior. Gigi estaba muy aburrida del aburrimiento diario, así que cuando dio con la palabra contubernio leyendo una novela infame de manera furtiva, decidió escaparse y cohabitar la noche del viernes con un trompetista que le dijo ser Miles Davis. Después de eso, Gigi Riff cogió el metro sin destino y se pasó toda la noche sentada de parada en parada sintiéndose incapaz de bajarse de ese vagón que la había llevado a otra vida. Mientras la observaba con sus anteojos, la viajera residente no podía parar de pensar que a veces la vida está en otro lugar muy lejos de la tuya. Entonces supo que Gigi Riff, la descarriada, nunca volvería.
***
Lourdes Díaz
Nací en el norte de España, en Galicia, una tierra de brujas y niebla. Ahora vivo en Barcelona, una ciudad hermosa y ecléctica que tiene en común con Galicia, el mar.
Mi madre me regaló el vicio de la lectura y ahora de mayor sigo leyendo. Estudié Filología inglesa, fui editora y después fundé la Agencia Literaria Rolling Words. Creo en la cultura como estilo de vida y sin libros me parece que la vida sería un error.
Ig: @rollingwordsld